El 9 de junio de 2002 El Mundo escribió una crónica de Soria a raíz de la llegada de tres palestinos deportados desde Belén. La radiografía hecha es triste, pero muy cercana a la realidad que existe en Soria ya que el tiempo no ha mejorado la situación.
Es la provincia de españa menos poblada, con nueve habitantes por kilómetro cuadrado. El día en el que visitamos su capital, ha nacido una sola niña, y es negra. La llegada de los tres palestinos deportados desde Belén ayuda a recordar que Soria, la olvidada, existe.
EUGENIA RICO
Mi compañero de pupitre en el colegio estaba convencido de que Soria era una invención del profesor de Geografía. «Soria no existe y puedo demostrarlo», nos decía en los recreos. Y, subido a una silla, nos hacía preguntas que no sabíamos responder: «¿Conoces a alguien de Soria? No. ¿Has estado alguna vez en Soria? No». Y la última, la que nos hacía bajar la cabeza: «¿Has visto alguna vez a Soria en el telediario? No, jamás».
Con el tiempo, le concedí el beneficio de la duda; al fin y al cabo yo había visto a Soria en un mapa, pero también había visto dibujos del Ratoncito Pérez y a los Reyes Magos en carne y hueso bajar por la calle Mayor. Pero he aquí que la semana pasada Soria salió en el telediario. El conflicto de la Basílica de Belén se había solucionado gracias entre otras cosas a que España había aceptado acoger a tres palestinos. Los tres palestinos se encontraban felizmente en Lubia, un pueblecito a 15 kilómetros de Soria capital.
Llamé a mi amigo, que con el tiempo se ha hecho filósofo, para darle cuenta de la prueba definitiva. «Soria es una invención de Machado», dijo muy seguro de sí mismo. Y comenzó a colgar mientras añadía: «¿Conoces a alguien de Soria?». «A Abel Antón, campeón de maratón, a Fermín Cacho, excelso atleta olímpico, a Juan José Lucas, a Jesús Posadas. De Soria tenemos ministros, tenemos duques...», dije yo, pero no me dejó terminar. «Quiero decir en persona». Y colgó.
Había una manera aparentemente fácil de conocer cara a cara a alguno de los 92.848 sorianos con quienes no tenía el gusto: seguir la estrella de Belén hasta más allá de Medinaceli y penetrar en los campos de Soria. Los que no encuentren el astro pueden recurrir a las más socorridas carreteras estatales. Dicen que Soria está a sólo dos horas y media de Madrid. También dicen que está separada del resto del mundo por un invisible telón de acero. A un lado, las autopistas, las prisas y las ciudades contaminadas. Al otro, los pueblos olvidados con menos de nueve habitantes por kilómetro cuadrado.
En Almazán, el pueblo más grande de Soria, se levantan por todas partes grúas y andamios, pero una mañana cualquiera de un día de diario no se ve un alma por la calle.
El único ser humano que se aventura por las hermosas piedras parece ser Diego Laínez, que, si no en persona, al menos en estatua espera al viajero desde 1565. A fuerza de golpear la zapatilla contra el milenario empedrado nos encontramos con un auténtico soriano. Un hombre con boina y ojos azules y la enorme capacidad pectoral que distingue a los sorianos. Porque Soria no es sólo la provincia menos poblada de España, sino que los sorianos son los habitantes de la península con mayor capacidad torácica.Probablemente se deba a que la altura media es de 1.026 metros y pudiera ser esta la razón de que en este Tíbet de la Meseta abunden los centenarios. Como más del 30% de los sorianos, éste es un hombre que pasa de 70 años, pero no es un anciano. «Ya he visto en la tele lo de los palestinos, pero Lubia queda muy lejos, y digo yo que esto es grande de sobra para todos. Y ya les dejo, que tengo que andar todavía dos o tres horas hoy».
En la ciudad desierta, una mujer se esconde para vernos detrás de los visillos, que se agitan como si estuvieran muy nerviosos, y finalmente sale a la calle a vaciar un cubo de agua, quizá para poder vernos con claridad. Pero cuando vamos a hablar con ella se esfuma como si fuese una aparición con delantal bordado y zapatillas.
COMO LOS EXTRATERRESTRES
A Lubia se llega por una carretera verde y desierta. Los sorianos parecen ser como los extraterrestres: yo creo en ellos pero me resulta difícil verlos. Antes de que la estrella de Belén se detenga delante de la Casa Forestal de Lubia, pasamos delante de un desguace que parece lleno de coches de juguete. Pero no hay niños que jueguen con ellos. Hay leña apilada junto a una casa pintada de rosa y cerrada a cal y canto que dice «Club».La mayor parte de las casas tienen las persianas bajadas, como si sus dueños se hubieran ido a veranear para siempre. Finalmente encontramos a un hombre con un bastón que se queja de que aquí viene a parar lo que los demás no quieren. «Antes nos traían a los de ETA; ahora, a los palestinos. No, yo no soy nadie y usted no me ha visto».
Lubia no llega a los 70 habitantes, en esto se parece a la mayoría de los 513 pueblos de la provincia. Cerca de la Casa Forestal una lluvia triste baña los troncos apilados contra la pared de piedra de una casa abandonada. Dos coches de la Guardia Civil protegen a Ibrahim Salem Abayat, Asís Abayat y Ahmed Hemanreh.Nadie puede verlos sin permiso de la Comandancia. Los guardias civiles son muy amables y están muy nerviosos. «Claro que somos sorianos y a mucha honra».
La estrella de Belén ha llegado al portal de Lubia, pero Soria sigue. En la capital, fría y pura, una vez más las calles desiertas nos reciben. Las aceras están tan limpias que se podría comer en ellas. No hay casi coches, ni mendigos, ni músicos callejeros ni palomas. Delante de la Diputación Provincial en obras, Diego Laínez, acompañado de otros sacerdotes y monjas en piedra, es el único que espera bajo la lluvia. Un chico negro y sonriente aparece de pronto. Silba y empuja una carretilla. «Me llamo David y soy de Gambia. Estoy muy contento de estar en Soria. Vine a reunirme con mi hermano. Esto es muy bueno. Mucho trabajo». Según Caritas Diocesana, los inmigrantes en la capital han pasado en poco más de un año de 80 a 800.
En la Maternidad no se oyen llantos ni se ven juguetes. Una cincuentona con cara bondadosa pasa en una camilla. «Hay más quistes que embarazos», dice un doctor que, como buen soriano, no quiere dar su nombre. Todo el mundo es muy amable pero nadie quiere salir en los periódicos. Hoy en Soria sólo ha nacido una niña y es negrita. «La mitad de los niños que nacen son de inmigrantes.En 1999 nacieron 615 niños y murieron 1.047 personas, casi todas mayores de 90 años. Perdimos 432 habitantes; pero sin los inmigrantes hubiéramos perdido el doble».
En la Zona dos chicos jóvenes toman cerveza. «Ellas son más listas; se han ido todas a estudiar fuera y ya no vuelven. Tengo un montón de amigos que están con cubanas». Pero en Valonsadero, observando los novillos que se soltarán en las fiestas de San Juan, hay dos chicas bien guapas y casaderas. Se ríen cuando los chicos las señalan. «La que sanjuanea, marcea», dicen. «Estas fiestas son la esperanza de Soria para los niños y para ligar». Las chicas no hacen comentarios.
En Garray las torres de la iglesia románica albergan una nutrida familia de cigüeñas, y don Abel, el alcalde en funciones, nos dice que, en efecto, en su pueblo, al revés que en los demás de la provincia, nacen niños, y ello a pesar de que hayan cerrado la escuela porque no había suficientes alumnos. Hay parejas jóvenes como Julián y Ana. Julián vivía en Barcelona pero se vino aquí detrás de Ana. Y ahora ha llegado Axel, un soriano de mofletes redondos que a sus dos años hace ondear una banderita del Numancia.
UN SOLO NIÑO
Garray es la excepción. En Catalañazor, don Ángel se asoma a las ventanas de piedra de uno de los pueblos monumento de la provincia. «Vamos a celebrar que aquí vencimos a Almanzor hace 1.000 años, pero tenemos un solo niño pequeño. Y eso porque ha venido gente de fuera».
Si ves una ermita abandonada, trigo en las ruinas del campanario, los esqueletos de las casas agitándose entre la yerba, y a lo lejos un dinosaurio, no estas soñando, estas en Soria. Poco más allá, llegarás a Yanguas, cuyos famosos arrieros aparecen en El Quijote, porque Cervantes fue el primero que inventó a Soria, aunque le siguieran Bécquer, Machado y don Gerardo Diego. Yanguas tiene 30 habitantes en invierno y todos menos cuatro son mayores de 70 años, pero tiene castillo y princesa. Violeta tiene dos años y es la única niña del pueblo y del valle. Hoy más que princesa es una reina que somete a sus caprichos a su abuela de 88 años y a Marisol, su madre, que ha abierto una casa rural porque cree que el turismo es el futuro.
José Miguel Martínez es soltero y voluntario de Cruz Roja. Es de Almenar, un pueblo donde sólo quedan nueve niños y hace años que cerró la escuela. Cuidó a su tía de 102 años hasta que murió.Luego a su hermano y, como vio que lo de ayudar engancha, acabó en la Cruz Roja. «He visto morir a los pueblos en cuanto se cierra la escuela».
Como en Albocabe, un pueblo abandonado donde, sin embargo, todo está intacto, como si sus habitantes se hubieran ido sólo unos días. La tumba más reciente del cementerio es de 1940. Hay más de 100 pueblos abandonados en Soria y otro centenar tiene apenas uno o dos habitantes en invierno. Soria es el corazón de la piel de toro, el lugar por donde se dobla España. Soria es un pueblo con un frontón, frente al frontón, un olmo seco y bajo el olmo un viejo, si es que todavía queda el viejo. En uno de esos frontones podía leerse: «El último, que apague la luz». Y en otro, «Viva el quinto del 97. Firmado, el Quinto».
Es el momento de llamar a mi amigo, el filósofo. Le dejó un mensaje en el contestador: «Soria es una invención de los sorianos. Se merece mucho más que existir».
Eugenia Rico es premio Azorín de novela y autora de «La muerte blanca»